Siempre me enorgullecí de ser una excelente mamá. Después de todo, este es el trabajo que siempre quise, el trabajo para el que pasé toda mi vida preparándome. Soy madre de tres varones que adoro profundamente. A pesar de que trabajo tiempo completo, siempre trato de asegurarme de tener un tiempo especial en familia, por lo tanto, el tiempo de inactividad y los fines de semana se reservan solo para nosotros.
Ser mamá de varones es muy especial para mí. Los varones pueden ser especialmente afectuosos con su mamá y yo tengo tres muy afectuosos. Estaba tranquilamente segura de que, como madre, estaba haciendo un excelente trabajo.
Así fue hasta que mi hijo mayor regresó a casa de la escuela un día y me mostró un dibujo que hizo en clase. El maestro les había pedido a los niños que hicieran un dibujo de un momento en el que habían mostrado amor o bondad hacia alguien.
El dibujo de mi hijo Cillian era yo recostada con la cabeza en mis manos y él parado a mi lado cuidando de mí. Me dijo entusiasmado sobre sí mismo: "¡Mira, mamá! Le mostré a mi maestro cómo siempre cuido de vos cuando estás enferma".
No podía creerlo. ¿Así es cómo me veía? ¿La mamá enferma que necesitaba que la cuiden?
Como madre, mi principal objetivo es cuidar de mis hijos, y ahí estaba, en una absoluta inversión de roles.
He vivido con migraña desde los veinte años, lo que no puedo creer que sean casi 20 años de mi vida. Durante los primeros 10, era joven, soltera y sin preocupaciones. Era una enfermera recién recibida que trabajaba en una ocupada sala de un hospital e intentaba controlar mi enfermedad lo mejor que podía.
Esto podía ser difícil por momentos, y por supuesto afectaba mi vida. Tenía que avisar que estaba enferma algunas veces, me he perdido salidas nocturnas y, a veces, me pasaba días en la cama tratando de recuperarme de un ataque de migraña.
En esa etapa de mi vida, la migraña solo me afectaba a mí y, en su mayor parte, estaba bien. Pero luego mi vida cambió y, de repente, las migrañas comenzaron a tener un efecto adverso en las personas más cercanas a mí.
Siempre quise tener hijos y tuve la suerte de haber podido tener tres niños pequeños en el espacio de cuatro años. También fui muy afortunada de haber tenido un alivio de la migraña cuando estuve embarazada y amamantando (como ya he escrito antes), por lo tanto, hubo cuatro años buenos de mi vida que estuve libre de migraña.
Es increíble lo rápido que me adapté a no tener migraña. Casi olvido el impacto que tenían mis ataques de migraña en la vida diaria. Creo que, para el alivio de la migraña, ayudó mucho el hecho de que estaba en licencia por maternidad en el trabajo, por lo que mis niveles de estrés se redujeron definitivamente.
Como resultado, me permití crear una rutina para cuidar de los niños y realmente disfruté de esos primeros tiempos. Por supuesto, estaba cansada, ya que tres varones siempre implican mucho trabajo, pero sin el estrés agregado y el dolor de la migraña crónica, la vida diaria era mucho más manejable.
Esto comenzó a cambiar cuando mi hijo menor, Cathal, dejó de amamantar y regresé a trabajar. En esta etapa, mi hijo mayor, Cillian, había empezado la escuela primaria y también había comenzado algunas actividades extracurriculares.
De repente, nuestra vida diaria se volvió muy ocupada. Mis ataques de migraña se relacionan con las hormonas, y esto, con el estrés agregado de la vida diaria, definitivamente tuvo un impacto en mi salud.
La migraña regresó con más intensidad que nunca. Vivo con migraña crónica, por lo que tengo cefaleas diarias, además de ataques de migraña severa dos a cuatro veces por mes.
Un típico día en nuestra vida, nos encuentra a toda prisa preparando a los niños, vistiéndolos, dándoles de comer para que estén listos para la guardería, antes de ir a trabajar.
La verdad, hay días en los que siento que ya he trabajado un día completo, ¡incluso antes de atravesar las puertas del hospital!
Al final del día laboral, me apresuro para buscar a los niños de la guardería o del club después de la escuela, luego llego a casa y preparo la cena. Después abordamos la tarea (que siempre es una lucha) y nos preparamos para cualquier clase o grupo al que asistan esa noche. En nuestra casa, los niños hacen natación, teatro, fútbol americano, club de matemática y clases de flauta irlandesa.
Por último, cuando las actividades finalizan, les pongo el pijama y los preparo para ir a la cama. ¡A las 9 p. m. estoy exhausta y lista para ir a la cama también!
Tengo la suerte de no estar sola en esto, estoy con mi marido, Shaun, quien es un gran apoyo para mí. También es excelente para involucrarse en nuestra ajetreada rutina y debo decir que a menudo hace más trabajo de lo que le corresponde. Esto es especialmente cierto los días de migraña, cuando soy absolutamente incapaz de realizar las tareas habituales.
Esos días tengo que quedarme en cama, en una habitación oscura con muy poco ruido.
Esto es difícil con niños pequeños. También es difícil para los niños entender qué le sucede a mamá y por qué no se la puede molestar. Estoy muy agradecida por la ayuda de Shaun durante estos días, pero también tengo esa temida culpa de mamá.
Creo que es imposible ser mamá y sentir que uno hace todo a la perfección. Siento que todas las mamás experimentan cierto grado de culpa, sin embargo, vivir con migraña y saber que hay períodos de tiempo en los que no estoy disponible para mis hijos, hace que la culpa se dispare.
La mayoría de los días sufro de cefaleas diarias y puedo atravesar el día, pero para cuando mis hijos se van a la cama, estoy completamente exhausta y, en general, termino yendo a la cama también. Sin embargo, los días problemáticos son los días cuando experimento un ataque intenso de migraña y soy incapaz de hacer nada. No me había dado cuenta de cuánto esto estaba afectando a los niños. Incluso a esta temprana edad pueden darse cuenta de que mamá está enferma y que hay momentos en los que simplemente no puede participar en las actividades del día.
Recuerdo cuando Cillian me mostró su dibujo de la escuela. Me sorprendí tanto que comencé a llorar al pensar que así era como mi hijo me veía. Fue muy desolador darme cuenta de esto como mamá.
Él fue muy amable, y me dijo que le gustaba cuidar de mí. Y, por supuesto, pensándolo bien, esta no era la única forma en que me veía, solo era un dibujo de la escuela.
Pero en ese momento, realmente sentí que estaba defraudándolo.
Esta experiencia nos llevó a tener una conversación sobre mi enfermedad y cómo puede afectarme. El mayor tenía seis años, por lo que la conversación estaba guiada por su edad. Hablamos sobre cómo me dan dolores de cabeza y que, a veces, necesito descansar cuando no me siento muy bien, pero que no son peligrosos.
Fue una conversación muy importante que tuvimos con él, ya que me dijo que, a veces, se preocupa porque no estoy bien. Ahora entiende por qué.
En un tono más ligero, también me dijo que había pensado en secreto que yo era un vampiro porque siempre estaba en la oscuridad y no me gustaba cuando alguien abría las cortinas o encendía las luces de mi habitación.
Nos aseguramos de hablar sobre todas las cosas divertidas que nos gusta hacer, los días que pasamos disfrutando de nuestra compañía, y le aseguré que esto no terminaría.
Creo que esta fue una importante lección para mí. Uno puede pensar que puede hacerlo todo y proteger a nuestros hijos de los aspectos negativos de uno mismo, pero en última instancia, vivir con migraña es parte de mí y lo que me hace quien soy.
La migraña no va a desaparecer, por lo que descubrí que era más importante ser honesta y sincera con mis hijos sobre cómo la enfermedad me afecta.
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Este contenido fue publicado originalmente por Teva en el sitio web Life Effects.